Considero mi peregrinaje a Monte Kailash en el Oeste de Tibet una de las más duras pruebas a que he estado expuesta en toda mi vida; creo ser una persona tremendamente afortunada y protegida por el entorno que me ha rodeado desde mi nacimiento y que hasta hoy continúa, no me refiero a las cuestiones materiales sino principalmente a las espirituales, he sido bendecida por unos padres tremendamente amorosos, un hermano con el que sostengo una enriquecedora amistad, un amigo que me mostró el camino, unos amigos brillantes y talentosos de los que aprendo cada momento que comparto con ellos, dedicarme a algo que disfruto y me ofrece la oportunidad de ayudar a otros.
Jamás había conocido la verdadera desesperación, no sólo física sino mental; estar a punto de abandonarme sin importar lo que me ocurriera, morir congelada o de cansancio, y de pronto recobrar fuerzas y continuar caminando durante 8 largas horas en situaciones de frío por debajo de cero grados centrígrados, 6,300 m sobre el nivel del mar con las consecuencias físicas que la falta de oxígeno produce en el cuerpo y una laringitis- como diría mi hermano- marca "llorarás".
Estar expuesta a estas condiciones, por mi propia voluntad, me trajo nuevas reflexiones y entendimiento acerca de lo que espero de la vida, de mi misma, de los que me rodean; entendí los efectos del desapego al convivir con esos maravillosos nómadas tibetanos que no tienen pertenencias materiales y sin embargo son mucho más felices que cualquiera de nosotros, con una sonrisa siempre en esos bellos, redondos y rojos rostros, la inocencia, sorpresa y candor con la que solemos contemplar la vida cuando somos niños (entrar a una tienda de juguetes o de dulces) asomando por sus ojos, la ternura con la que te ofrecen ayuda como hermano peregrino al verte desfallecer en el camino, la algarabía con la que te responden "Tashi Delek!!" al reconocer el saludo, que detrás de una bufanda y lentes de sol una voz casi extinguida ha conseguido pronunciar...¿qué me esperaba luego? ¿La virtud?
Los maestros budistas que de esto saben, comentan que para adquirir una virtud es necesario praticar, por lo que debemos valorar a todos aquellos que nos permiten practicar las virtudes que pretendemos cultivar. Así, todos aquellos que nos exasperan se convierten en nuestros maestros de paciencia, los que identificamos como que nos han dañado o por alguna razón detestamos, nos permiten practicar la compasión, etc. Hasta ahí, al parecer iba yo muy bien, maravillada por las bendiciones con que las que " Gran Kailash " me había recompensado...de pronto...la mosca en la sopa! aparece en mi vida un personaje secundario, del cual no tenía referencia y comienza a cuestionar mis pretendidas virtudes en vía de consolidación.
No es significativo mencionar la situación que generó las duras acusaciones: a través del msn (¡por fortuna!) veía aparecer crueles y humillantes adjetivos que jamás hubiera pensado relacionar con mi persona, porque representan la antítesis, el polo opuesto de lo que creo que soy...ah! al fin, las palabras mágicas soy yo. En esos momentos decidí dejar hablar (o escribir) a mi personaje porque entendía que tenía que espetar su enojo para librarse y a mi de él y poder retomar lo que comenzábamos a llamar "amistad"; por lo que en otra ocasión decidí reunirme con él.
Ya en mi casa, previo al encuentro, comencé a cuestionar mis razones, ¿qué tan importante era para mi mantener una amistad con este sujeto? ¿masoquismo o pretendida compasión? porque evidentemente estaba cegado por la agresión perpetrada a su ego, según el mío, un espíritu famélico en búsqueda de compasión; era imposible pensar que yo realmente fuera como decía y ya me encargaría de corregirle... ¿si? ¿por qué? ¿para qué? ¿era tan importante para mi que me viera como yo me veo? ¿cómo me ve la gente a la que quiero y me quiere en correspondencia? ¿qué tan válido es caminar por terreno seguro donde sé lo que se espera de mi y lo que puedo esperar?
No existimos como entes sólidos e independientes de los demás. Somos y actuamos de acuerdo a las circunstancias, las acciones positivas y negativas van en función del punto de vista desde que se mire. ¿Había sido compasiva con la "pinche vieja" que me llamó al mediodía? ¿Con las mocosas berrinchudas que no paraban de llorar en la cola del super? ¿con mis colaboradoras que insisten en continuar haciendo de la elección del uniforme un eterno conflicto? ¿tenía algo de razón este sujeto? ¿cómo me había comportado con él? ¿me hubiera comportado igual yo si estuviera en su lugar?
El apego a mi yo, a esa entidad que he definido y explicado desde mi propio lado, a la que he llenado de todos esos maravillosos adjetivos: buena onda, compasiva, franca, justa, generosa, etc., ¿pero, era para todos igual?
Bien, había llegado al fin un personaje que decía exactamente lo contrario...no necesito hacerlo cambiar de opinión y pasarlo a mi bando, lo contrario, lo necesito para hacer frente a mi ego y comenzar a practicar el desapego a mi yo, que por muy humilde y bondadoso que sea, puede siempre convertirse en lo que suelo llamar el "Síndrome de Nazarín"...
(Nazarín, 1958, Luis Buñuel)
"el pájaro de la libertad vuela sólo una vez por tu ventana..."
jueves, febrero 12, 2004
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